Observo a la chica que aparece en la portada del tercer disco en solitario de Eddie Spaghetti, el carismático líder de Supersuckers, y la imagino conmigo sentada en un velador del centro de la ciudad tomando cerveza y compartiendo unos cigarrillos. Es una tarde tranquila de finales de abril y la calle arde con un envite de locura entre el claxon del  tráfico y el clamor de la gente. Hace calor y el mundo brilla por cada esquina con una rejuvenecida efervescencia.

Tiene una voz bonita, pienso. Sentada con las piernas cruzadas lleva una minifalda que corta la  respiración. Sobre la mesa hay un plato de patatas y de vez en cuando coge una con la punta de los dedos para no mancharse. Mira de soslayo el resto de las mesas buscando al camarero para pedirle otra ronda. Yo la miro absorto y a momentos me pierdo en un enredo de pensamientos indecorosos que trato de encubrir por todos los medios. De repente, reparo en que no se parece mucho a la mujer de la portada.

Conozco a Eddie desde hace mucho tiempo, me cuenta, desde cuando los Supersuckers era una banda de rock and roll embrutecida por unas giras interminables que se dejaba la piel en garitos de mala muerte y vivía todo el día en la calle. Sigue igual, me dice, con su inseparable sombrero de cowboy y su actitud macarra, pero estos días está expectante porque presenta un nuevo disco “Sundowner” (Bloodshot Records, 2011). En él vuelve a ofrecernos una colección de canciones country rock que, aunque previsibles, resulta efectiva y entra directamente en vena. Son doce temas de los cuales la mitad son versiones. Un método que ya ha utilizado en sus anteriores álbumes. Citar “If you fall in love” de Steve Earle, “What do I care” de Jonnhy Cash o la trillada  “Always on my mind” de Elvis Presley, que no queda mal porque Mr. Espaguetti tiene una garganta que la hace bonita. De las de factura propia podríamos advertir el primer corte del disco “Never thought I would”, enérgico y fresco, “Jesús never lived on mars” o el que da título al disco “Sundowner” que es sello de la casa.

La idea del diseño de la portada procede de un viaje que hicimos por el desierto de Tucson, me comenta la chica mientras enciende otro winston. Es su tierra y la conoce palmo a palmo. Eddie la visita a  menudo,  suele aterrizar en algunos bares de carretera que conoce bien e improvisar algún repertorio con su vieja guitarra acústica. En aquella ocasión conducíamos ya tarde por una carretera perdida entre profundas llanuras y entonces paró el coche debajo de un cartel publicitario que era enorme. Era la efigie de una tienda de indios que anunciaba la venta de parcelas y el símbolo del dólar centelleaba una y otra vez con luces de neón en mitad de la oscuridad. Eddie estuvo mirando un rato el panel, pero no dijo nada. Arrancó el motor y volvimos al hotel en silencio. En la radio sonaban los Jayhawks. Meses después me desconcertó la cubierta del disco cuando lo vi en las tiendas. No esperó mi aprobación. Encargó a alguien el boceto que conocéis y eso fue todo.

Julio Demonio