STANDSTILL. LAS MATEMÁTICAS NO FALLAN (CASI NUNCA)

STANDSTILL

03FEB12-LA MATRIZ CREATIVA

Acto 1. Los muchachos.

Éramos buenos chicos, aunque no lo pareciera. Nos gustaban las mismas cosas que a los demás, solo que en un órden distinto. No nos peinábamos mucho ni vestíamos bien, pero eso no nos hacía peores que el resto. Recuerdo que en esa época empezaban a prohibirse las plataformas digitales de descarga directa, y en fútbol, los clubes fichaban mayoritariamente extranjeros, pero sabe Dios que nosotros nunca nos quejamos de aquello, pues nosotros mismos preferíamos a las chicas del pueblo de al lado. Teníamos un amigo, A,  que soñaba con ser músico y solía escuchar todo lo que llegaba a sus manos, y después nos engañaba para salir por los bares en los que sabía que daban conciertos.

Cuando eso ocurría, siempre había alguien de la pandilla que se inventaba cualquier excusa para que el portero le dejara entrar y saludar a nadie dentro y así averiguar si había chicas en el concierto, mientras los demás esperábamos en la puerta. No estábamos muy orgullosos de eso, pero era la vida que nos había tocado vivir. No la elegimos nosotros. Sabíamos que había que ser muy malo para ir allí y que alguna chica no dijera tu nombre sólo una vez. La última apuesta de A era un grupo catalán que se llamaba Standstill.

La noche en la que A nos habló de ese grupo nos encontrábamos bebiendo cervezas junto a la vieja iglesia del pueblo y hablando sobre lo que queríamos ser de mayores. Recuerdo que N quería ser astronauta. Y C buzo de campos de golf. Otro de los muchachos, F,  soñaba con ser limpiador de chimeneas. Yo, sin embargo, sólo quería que la chica que vino nueva a mitad de curso recordara mi nombre. Y fue en ese momento cuando A, con su entrenado discurso, nos convenció de que no había ningún otro plan mejor para esa noche que ver en directo a Standstill. Y el resto accedimos. Era como ir a ver una película al cine sin saber nada del argumento. Y eso sonaba bien.

El camino hacia la sala no era muy largo, pero sí el suficiente para que A nos hablara un poco de la banda. Al parecer, en ella, había un tal Ricky que, además, colaboraba con los mejores músicos nacionales de la época, como Zahara, Iván Ferreiro o Sidonie. Era algo así como un mecánico-ajustador de canciones. Por entonces, ese oficio estaba muy extendido, pero Ricky era el mejor. También había un tal Enric que cantaba tan triste y suave que, si le escuchabas detenidamente, no te quedaba más remedio que tirar tus armas al suelo y pedir perdón al enemigo por no haber intentado besarle antes. Así que a todos nos impacientamos por ver en acción a Ricky, Enric y sus muchachos, como se impacientan los enamorados las horas antes de dar los regalos de cumpleaños.

Acto 2. El concierto.

Llegamos a la sala con el concierto empezado. Sin embargo, la banda que abría el espectáculo eran los mejicanos Austin TV. La puesta en escena era realmente interesante, con todos los miembros encapuchados. La música era únicamente instrumental y bebía de las mismas fuentes que Mogwai, y eso siempre es bueno. Su fuerte y enigmático rock progresivo le había valido para telonear en su país a grupos nativos tan importantes como Café Tacvba. Pese a algunos problemas técnicos que tuvieron con un ordenador, supieron aprovechar el pase de gol que les dio Standstill al dejarles telonear en un marco tan monumental como era LaMatriz Creativa. Su mejor momento fue, sin lugar a dudas, cuando el escenario se quedó completamente a oscuras y sus capuchas se iluminaron. Uno se quedó, sin embargo, con la sensación de que tanta parafernalia visual eclipsó, en parte, unas deliciosas y elaboradas melodías. En cualquier caso, yo les tomé la matrícula y les seguí la pista tiempo después, como se sigue la pista de todas las cosas que sorprenden al verlas por primera vez.

Poco después hizo aparición de manera apoteósica Standstill. Recuerdo que tuve que mirar varias veces por los rincones del escenario porque mi mente era incapaz de entender cómo sólo los músicos que estaban encima eran capaces de generar tantos sonidos distintos como los que salían de allí. Supongo que siempre es mejor ir armado a la guerra.

Abrieron el concierto con la hipnótica “Todos de pie” y todos nos convertimos en serpientes bailando al son de sus flautas y su grandilocuente final. Cada canción impactaba directamente en el centro del corazón, como si todas las canciones fueran el final de la película Obsesión (de Josh Hartnett). Recuerdo que tocaron varias versiones de la demoledora “Adelante Bonaparte”. En una de ellas, el guitarrista se subía a la batería y del teclado parecía salir un cuarteto de cuerda. Y todo acompañado con unos más que eficaces juegos de luces. Y justo en ese momento supe que había merecido la pena pagar la entrada.

Con “Moriréis todos los jóvenes” absorbieron la energía de todas las centrales eléctricas de la zona y la concentraron, para conseguir unas subidas que a más de uno le puso la piel de gallina. En ese momento me contaba A que en directo la banda sonaba mucho más contundente que en los discos, dónde al parecer, el sonido era mucho más intimista e impenetrable para el oído corriente.

El track list se completó con temas como “Feliz en tu día”, “Poema nº3″, “Sol” (la gente alucinó con ésta) ó el inolvidable “El resplandor”, haciendo así un pequeño repaso a la discografía de la banda. Prestando atención especialmente a las letras, uno podía intuir el daño que había sufrido el propio Enric. Por eso quizás sabía tanto de amor. Por eso quizás cuidaba tanto las cosas que decía.

Lo que vimos aquella noche fue algo intenso, envolvente, excesivo y emocionante a la vez. La banda –que gozaba de un excelente estado de forma en aquellos tiempos- fue al grano desde el primer momento. Como si quisieran ganar la eliminatoria en el partido de ida. Nada de pruebas. Ni siquiera su capitán, Enric, se extendió mucho entre canción y canción. Y eso, sus incondicionales, que llenaban totalmente la gigantesca grada inferior de la sala, se lo agradecieron.

De entre todos, destacaba especialmente, como ya me habían advertido, Ricky. Vestido de un negro elegante, se movía a sus anchas por toda la zona de su cuadrilátero. Y como si tuviera un imán entre sus manos, la gente, o al menos yo, no podíamos dejar de mirarle.

Las matemáticas no fallan. Buenos músicos y buenas canciones dan como resultado un excelente concierto. Aunque en honor a la verdad habría que decir que el concierto se quedó corto, y más que por la sensación de estar disfrutando de cada minuto del mismo, porque físicamente duró poco más de una hora. En cualquier caso, fue la mejor hora de un concierto que habíamos visto nunca.

Acto 3. Milanello.

Recuerdo también que en esa época me gustaba mucho una chica a la que hacía mucho tiempo que no veía. La había conocido algunos años antes y algunos años antes ella había decidido dejar de quererme.

A mi no me gustaba su nombre, así que solía llamarla Milán, porque le decía que su belleza era insuperable, como el equipo de fútbol de aquellos tiempos. También le decía que la instalación donde se entrenaba el equipo se llamaba Milanello, y allí había unos jardines muy bonitos, así que le había propuesto quedarme a vivir allí para siempre. Un buen plan mal ejecutado.

Lo que más me llamaba la atención desde que había dejado de verla era la frecuencia con la que caía enfermo, en contraposición con el tiempo que pasé junto a ella, en el que no recuerdo haber enfermado ni una sola vez. Supongo que cuando te gusta alguien, las ganas de verla superan a cualquier enfermedad, por muy rara que se llame.

Y quien me iba a decir a mí que después de tanto tiempo, la volvería a ver exactamente allí, en primera fila del concierto. Y entonces reparé que en la sala sólo estábamos ella, yo y todas esas cosas que quedaron por decirse, mezcladas con todas esas otras cosas que, por el contrario, nunca se debieron pronunciar. No fue un buen final y en el fondo siempre supe que fue una pena terminar así, pero era exactamente así como había que terminar. Y esa noche, al verla por primera vez de lejos, supe que la estrategia que debía seguir era, como no, fingir que la había olvidado y que la vida me había tratado bien durante todo ese tiempo después.  Precisamente yo, que le había prometido pasarme las noches enteras en vela en su habitación, vigilando su sueño y dejando abiertas todas las cortinas para expulsar a sus fantasmas, tenía que reconocer que a veces las matemáticas fallan. Que la chica adecuada en el momento adecuado no siempre despeja la incógnita de la ecuación.

Así que salí a escondidas a la calle a fumarme un cigarrillo y preparar minuciosamente el encuentro fortuito. Cuando me dispuse a volver, reparé en el frío que hacía, pero no recuerdo si ya estaba allí cuando salí o si lo trajeron luego.

¿Qué tal? Buenas noches. Cuánto tiempo…..y todas esas cosas que sigue diciendo la gente ahora, también se decían entonces, y también las dije yo en aquel momento, tras ordenar delante del espejo del aseo durante un buen tiempo las palabras a utilizar y tratando eso sí, de disimular el temblor de manos que me entró de golpe. Una vez apoyada la copa en una mesa, y mi espalda en una pared, y con los pies bien firmes sobre el suelo, recuerdo que ella me comentó que hacía tiempo que ya no pensaba en mí y yo me quedé con las ganas de decirle que no se preocupara por eso, que ya me encargaba yo de pensar por los dos. Pero no lo hice, y me limité a hablar del concierto. Ella, sin embargo, me hablaba de amigos con los que había venido y no paraba de presentarme a toda esa gente del fin del mundo, pero yo sólo era capaz de fijarme en que seguía teniendo los dientes tan blancos como siempre. Supongo que a nadie le interesa los nombres de quienes deshacen tu cama.

Acto 4. ¿Por qué me llamas a estas horas?.

Llegué a casa con los primeros rayos de luz de la mañana incidiendo sobre la cama. Una última lata de cerveza caliente y a desmayarse hasta el día siguiente, pensé. Y ese era el plan si no es por el tono de un mensaje que me despertó poco después. El contacto no estaba en la agenda, y sólo salía una serie de números. El contenido delató al remitente. “¿Recuerdas que te he dicho que hace tiempo que no pienso en ti?. Te mentí. Sí que pienso”. Y yo no supe muy bien que contestar a eso, así que aunque intenté responder, me fallaron las fuerzas. Sé que escribí algo, pero antes de terminar lo que iba a poner, caí dormido.

Recuerdo que me desperté sobre las 5 de la tarde y bajé a fumarme unos cigarrillos con los muchachos a la vieja iglesia. Allí estaban todos destripando canción por canción el concierto de la noche anterior. Creo que aquella fue la primera vez que nos gustó un concierto de verdad. A estaba tan emocionado que le había dicho a sus padres que empezaría a trabajar en la panadería para ganarse un dinero con el que comprarse una batería. N olvidó por un momento la luna y pensó algo parecido. Estaba decidido a comprarse una guitarra trabajando con su abuelo recogiendo tickets a pasajeros de trenes de media distancia. Era curioso, todos estábamos cambiando nuestros planes de futuro que habíamos fijado apenas un día antes. Incluso yo, que ya no me interesaba la chica nueva de la clase.

Ya estaba empezando a oscurecer cuando optamos por despedirnos y volver a casa. A nos prestó a cada uno un CD distinto de Standstill. Yo me fui directamente a mi cuarto y me puse una canción que me había impactado brutalmente la noche anterior,”¿Por qué me llamas a estas horas?”. De pronto, quizás por el título, caí en que la noche anterior había intentado responder al mensaje que me había llegado y recé todas las oraciones que sabía hasta ese momento para que no lo hubiera enviado. Encendí bruscamente la luz de la mesilla y busqué el móvil entre las sábanas de la cama. Cuando di con él, lo enchufé y gracias a Dios encontré el mensaje en Borradores. Entonces leí lo que había puesto y sonreí de alivio por no haberlo enviado, del mismo modo que entristezco hoy precisamente por no haberlo hecho.

Imagínate ahora que tú y yo.

P.A

 

 

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