Posiblemente uno de los mejores libros relacionados con la música junto con la biografía de K.Richards desde comienzos de 2010 ha sido este “Cosas que los nietos deberían saber” del cantante y compositor Mark Oliver Everett (1963), mas conocido como “Mr.E” o líder de una de las bandas icono del indie americano menos al uso allá desde principios de los noventa  “Eels”.

No en vano ha copado muchos de los primeros puestos en las listas con lo mejor del año, siendo sin duda un aliciente, además de su gran promoción (apadrinada por el mismo Pete Townshend) mas que convincente para regalarlo estas navidades. De esta manera llegó a mis manos, por supuesto, y como a todos nos suele pasar, a raíz de algún descuido en mi verborrea hábilmente captado por mis seres queridos para acertar de pleno con el presente.

A resaltar los primeros capítulos en los cuales Mark, hijo de Huge Everett III, matemático cuántico de prestigio (el cual se carteaba con el mismo Einstein a los trece años), a duras penas es capaz de terminar sus estudios, rompiendo con todo y mudándose con casi treinta tacos a la otra punta del país con apenas un cuatro pistas donde obsesivamente graba cintas y cintas entre trabajos de mierda y mas mierda. Todo ello sin haber pisado prácticamente un escenario con anterioridad. ¿No es maravilloso?

Debo rectificar al decir que no es un libro estrictamente relacionado con la trayectoria profesional de E, sino con su ciclo vital y la relación con la música como válvula de escape a sus mas que continuas y sabidas desgracias (en su infancia un avión se estrella al lado de su casa dejando decenas de cadáveres calcinados, su padre fallece por sorpresa, hermana yonki y enferma mental acaba suicidándose después de varias tentativas, también la madre de “Mr E.” muere de cáncer poco después y de remate mas familiares perecen en uno de los aviones que impactó contra el pentágono).

Entre tantos sinsabores desde niño, el señor Everett es capaz de discernir todas las magníficas experiencias a lo largo de su vida y el reflejo que dejan en sus trabajos. Entre otros describe hilarantemente momentos como su encuentro con su ídolo adolescente, Neil Young, sus llamadas a Tom Waits, el interés por comprar la casa de Johnny Cash o su asco por John Legend perfectamente justificado. En fin, cómicas situaciones derivadas de su modo de ser y modus operandi entre el vomitivo circo mediático y mercantilista del show business angelino.

No es extraño que en algunos países se le haya considerado un libro de auto-ayuda, pues a veces, entre tanta catástrofe aparece siempre un “tirar hacia delante” entre muchas situaciones que rozan lo surrealista, pero también lo sobrehumano; escenas dignas de elogio, pero eso sí, inexorablemente ligadas a su necesidad creativa como cauterizador de cualquier tragedia.

La lectura de sus apenas doscientas páginas se hace fácil y amena sin ni siquiera necesidad de conocer sus discos o proyectos aunque es recomendable una escucha a cualquiera de las canciones que van apareciendo a lo largo de sus capítulos.

Como nota negativa, a muy ávidos lectores podría parecerles demasiado blando o ñoño en algunos pasajes mas puramente retóricos en cuanto a lo que a sus sentimientos se refiere, pero es justo eso lo que hace de este libro algo entrañable y humano. ¿Quién no se ha reído en un funeral? Quizá con esto último hubiera bastado para describirlo.

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Miguel Angel Ortiz