Ya tarde cruzaba conduciendo una ladera rocosa por una carretera vacía con la intención de llegar a media noche. El motor rugía en la oscuridad mientras alcanzábamos la última senda de álamos que envolvía aquel lugar. Aparqué junto a una tienda hindú de veinticuatro horas que tenía tubos fluorescentes colgados en la puerta. En la entrada había también una pantalla electrónica gigante que mostraba imágenes que incitaban al consumo de comida rápida. La explanada estaba vacía y el frío corría entre las piernas como un caniche dislocado por el viento.

A unos veinte pasos estaba “El Mundo Inocente”, un garito pequeño y oscuro por el que pasaban de vez en cuando algunos músicos de carretera dispuestos a ofrecer, por un poco de pasta o unas copas, parte de su cancionero hasta bien entrada la noche.

Pasamos y vimos gente dispersa por la barra y algunas mesas, y un tipo con el pelo ensortijado afinaba una guitarra sentado al borde del escenario. Los focos iluminaban aquel rostro que fumaba sin parar y bebía de vez en cuando de un vaso que dejaba en el velador. Había oído hablar de Carlos Sánchez (exguitarrista de Mercromina) hacía tiempo en internet, pero le perdí la pista muy pronto. Sin embargo, la pequeña columna de un periódico local que ojeé en una cafetería me reveló que en aquel sitio Honky Tonky Sánchez presentaría esa noche en acústico las canciones de su disco de debut “Esta tierra hostil” (Molusco Records, 2010).

He escuchado el álbum en casa y también durante el trayecto hasta llegar aquí. Descubro una colección de temas que recuerdan los ambientes oscuros y desoladores de la América profunda. Su voz áspera y quejumbrosa me lleva a un mundo emocionante de canciones enormemente despiadadas, hostiles y descarnadas. Cuando oigo los primeros acordes de “Pablo Borell” intuyo que voy a vivir unos momentos intensos en los que se combinan las historias personales de dolor y ruptura con unas melodías que se regocijan en un valle de acordes menores que te atrapa sin esperarlo.

Honky Tonky Sánchez hizo un bolo con decencia aquella noche incierta. Oí su garganta gastada tras una nube de humo por los cigarrillos que se amontonaban junto al escenario y me alegré entonces de haber consumado aquel esfuerzo para desplazarme varios kilómetros hasta llegar a aquel local de mala muerte que brillaba con luz propia a las afueras de la ciudad. Fue una delicia compartir con él aquellos instantes, a la vez oscuros y emocionantes, de rock and roll.

Julio Demonio