Un simple vistazo a una lista de los mejores discos nacionales de la década pasada por parte de cualquier medio especializado nos da una idea de lo fulgurante del inicio de la carrera en solitario de Nacho Vegas. El hecho de encontrar en ella indistintamente “Actos Inexplicables”, “Cajas de música…” o “Desaparezca aquí” certifica la alta calidad de estos tres largos y, al mismo tiempo, eleva tanto el marco de referencia a la hora de juzgar sus trabajos posteriores que, inevitablemente, los hace palidecer. Pero del mismo modo que hay mucho Dylan fuera de su particular hat trick (“Bring it all back home”, “Hghway 61 Revisited”, “Blonde on Blonde”), el concierto del pasado viernes en la Joy Eslava demostró que en apenas una década el asturiano ha amasado un cancionero tan solvente que puede despachar conciertos de casi dos horas sin apenas recurrir a su repertorio estrella y sin que ello le reste un ápice de disfrute al asunto.

Haciendo un repaso exhaustivo de su notable aunque no brillante último trabajo (sólo “La comedia humana” se quedó fuera), la banda abrió el setlist con una ligeramente ralentizada versión de “Cuando te canses de mí”, canción que sirve de paradigma de la evolución estilística que ha operado su música en “La Zona Sucia”: temática sentimental (que no sensiblera), notable presencia de un piano de inspiración francesa en los arreglos, búsqueda de la simplicidad y el estribillo emulando la canción popular más primigenia y cierta luminosidad melódica permeando textos nacidos de la melancolía.

Tres temas más tarde, sin más acompañamiento que su guitarra, Nacho Vegas entregaba  la primera estrofa de “Hablando de Marlén” para fundirse con la banda en un sobrecogedor estribillo que elevaba la emoción de la historia de la prostituta protagonista, sabiamente enlazada con la de Ezequiel en “Maldición”, demostrando así su capacidad como narrador de melodramas sórdidos dignos de la filmografía de Kaurismaki y permitiendo cierto desfogue a los músicos de una más que rodada banda que por momentos echaba de menos algo más de intensidad en las guitarras de Xel Pereda.

Otro buceo en sus EPS nos brindó una aplaudida interpretación de “Canción de Palacio”, metáfora de la independencia artística y pertinente llamada a la resistencia en estos tristes tiempos de desahucio, inspirada según palabras del autor en el socialismo libertario de Alfonso Sastre. De sus discos de colaboraciones sonaron la velvetiana “Va a empezar a llover” (¿ese arreglo inicial de teclado no es clavado a la celesta del Sunday Morning?) y la cabaretera “Me he perdido”, con un Xel Pereda jugando al despiste con el público al ahogar los primeros arpegios del banjo.

Parapetado por un flequillo que le cubría los ojos y anclado en su metro cuadrado de escenario, Vegas apenas se dirigió al público en todo el concierto más que para presentar a la banda. El público por otro lado supo estar en su sitio, guardando silencio en los momentos que lo requerían y coreando en los que se prestaban a ello, como los estribillos de “Perplejidad” o “Lo que comen las brujas”, donde una garganta colectiva (de afinación incierta, todo hay que decirlo) suplió la ausencia del coro infantil que los adorna.

Tras la intensidad emocional de “La gran broma final” (que desde ya compite con “8 ½” o “El Ángel Simón” por el podio a su tema más desgarrado y desgarrador), el set inicial se cerró con “Taberneros”. En los bises, una solemne interpretación de “La canción del extranjero”, “Michi Panero” como concesión a los paladares más acomodaticios y una turbia “El Mercado de Sonora” para cerrar la noche con una tormenta de ruido post-rockero, reminiscente de su paso por Manta Ray. Y con la disonante distorsión de guitarras acopladas, baterías desatadas y teclados enmarañados resonando en los oídos salimos a la calle en una noche de viernes iluminada por canciones que durante algunos minutos le robaron las manecillas al reloj..

Pepe Calderón