100 AÑOS DE ROBERT JOHNSON. EL BLUESMAN QUE PACTÓ CON EL DIABLO.

Vayamos a un cruce de caminos y peguemos un ardiente trago a una botella de whisky en su honor. El Blues cumple 100 años. O lo que es lo mismo, Robert Johnson. El mediocre guitarrista que pactó con el diablo para que éste le convirtiera en el mejor intérprete de blues de todos los tiempos y la mayor leyenda del delta del Mississippi.

Robert LeRoy Johnson nació el en Mayo de 1911 en Hazlehurst, al sur del estado de Mississippi, fruto de una relación esporádica de su madre con un temporero, y murió 27 años después (cuentan) envenenado con una botella de whisky por el marido celoso de una de sus cientos de amantes. Y digo, cuentan, porque de él sólo nos quedan confusos retazos y leyendas de lo que fue su vida, dos fotografías y 29 canciones. Ni siquiera le hicieron la autopsia correspondiente. ¿A quien coño le importaba un vagabundo negro muerto en los años treinta?

El blues del delta le sedujo a temprana edad, cambiando los libros de la escuela por la guitarra, las mujeres y el whisky. Más que respetable decisión sabiendo el mito que estaba a punto de crear. Pero era bastante mediocre con la guitarra y no destacaba precisamente por su habilidad cantando.

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Con 19 años se casa con Virginia Travis, de 16, pero ella y el hijo que esperaban mueren durante el parto. Robert refugia su tristeza en el blues y desaparece durante un año siguiendo el camino del delta que muchos otros habían seguido antes que él.

Puedes imaginártelo sentado sobre una piedra en cualquier cruce polvoriento de caminos del sur, tocando su guitarra, ingeniándoselas para encontrar donde dormir esa noche…Cuenta la leyenda que una de esas noches tocando sobre una tumba de algún cementerio del sur el diablo apareció. El resto es historia. Un año más tarde volvería a su tierra convertido en un rotundo intérprete de blues, con su inimitable estilo y una increíble voz aguda regada con esos falsetes tan genuinos.

En 1936, Don Law, un cazatalentos de la American Records Corporation se hace cargo de él. Muchos años después relató su encuentro y las grabaciones. Don Law se consideraba a sí mismo responsable de Johnson. El día antes de las grabaciones le buscó una habitación en un motel y le dijo que se acostara pronto, pues la sesión debía empezar por la mañana temprano. Law se reunió con su esposa y unos amigos para cenar. Apenas había empezado a cenar cuando sonó el teléfono. Un agente de la policía llamaba desde la cárcel, donde Robert estaba encerrado, acusado de vago y maleante. Law fue a su rescate y lo encontró maltrecho y con la guitarra destrozada como consecuencia del trato habitual para los presuntos delincuentes negros en los estados sureños. Law consiguió la liberación de Robert bajo su custodia y responsabilidad; lo acompañó a la pensión, le dio 45 centavos para el desayuno del día siguiente y le insistió en que no se moviera de allí durante el resto de la noche. No había hecho, Don Law, más que llegar al hotel cuando volvió a sonar el teléfono. Esta vez era Johnson.   

      – ¿Qué pasa ahora? – preguntó Law
     – Estoy solo – respondió Johnson. 
     – ¿Estás solo? ¿Y qué quieres decir con eso de que estás solo?
     – Estoy solo y hay una señora aquí. Ella quiere medio dólar y me faltan cinco centavos…

A duras penas, Johnson consiguió realizar cinco sesiones, todas ellas con Don Law. Las tres primeras tuvieron lugar en una habitación de Hotel de San Antonio, Texas, y las otras dos en la trastienda de un almacén en Dallas y en circunstancias muy similares, un año después.

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Su leyenda aumentaba y consiguió más dinero del que tuvo el resto de su vida, el cual gastó en sus vicios favoritos, mujeres y alcohol. Su vida corría de un lugar a otro. Buscaba a una mujer en cada ciudad, tocaba en un local y desaparecía. Hasta el 13 de agosto de 1938,  en Greenwood, Carolina del Sur, donde el diablo se cobró su deuda.

El celoso marido de una de sus amantes, le sirvió una botella de whiskey con veneno mientras tocaba. Su músico acompañante se la quitó de las manos y le advirtió que nunca bebiera de una botella abierta a lo cual, Johnson, replicó con dureza: “Nunca me quites de las manos una botella de whiskey” Ese fué su último trago.

 Guille Fernández

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