“Queremos hacer un gran disco, sin prisas, para conseguir que cada tema sea un bombazo”, dice Fernando Pardo, siempre en estado de gracia. Y ya está aquí. Tras una espera que ya comenzaba a hacerse demasiado larga Sex Museum nos presenta once nuevo cortes inmediatos y reconocibles en la herencia del hard rock de siempre. Ha vuelto con este álbum autoproducido que se llama “Again & Again” (Tritone, 2011) y lo ha hecho para enseñarnos una vez más cómo podemos divertirnos con lo prohibido cuando las cosas se hacen con el corazón, con mucha sinceridad y con capas de tesón a raudales. Es un lujo disfrutar otra vez de nuestra banda favorita que se escribe en mayúsculas sin temor a equivocarse y con tintes de haberse convertido ya en un clásico.

Comentan por ahí que el proceso de grabación ha sido lo más rápido posible con el fin de lograr una sensación de espontaneidad, frescura y naturalidad que es la que descubrimos cuando vamos a sus directos. La guitarra de Fernando Pardo deja ahora más margen de movimiento y protagonismo al órgano de Marta Ruiz, pero sin perder un instante esa potencia visceral que le ha caracterizado siempre. La base contundente de Javier Vacas al bajo y Roberto Lozano a la batería, y la versatilidad vocal de Miguel Pardo, cierran este disco que nos recuerda de alguna manera el sonido de los vinilos de los setenta. Si bien es verdad que en una primera escucha pueda resultar difícil, la conquista llega poco a poco, pero con firmeza, y acabas disfrutando de momentos muy chulos como con la excelente “Let me go home”, la que da el título “Again and Again”, que es sello de la casa, o los latigazos garageros de “Save your soul” y “Go go rocker”, por citar algunas.

Los vi tocando en “El Mundo Inocente” hace unos años y fue admirable ver a Sex Museum sobre un pequeño escenario mostrando una energía crepuscular apasionante y cómo sudaban imperturbables ante unos altavoces puestos casi hasta reventar. Apenas cabían en el pequeño cuadrilátero que los elevaba cerca de medio metro del público. Faltaba el oxígeno en aquel antro infernal y las gotas de agua condensadas en el techo comenzaron a caer sobre el intenso humo de los cigarrillos y el aullido de los fans. Por falta de espacio, me escondí en las escaleras de salida, al fondo, y observé el compacto que se movía al unísono al ritmo brutal de los riffs imparables y contagiosos de la guitarra eléctrica. Fueron dos horas intensas de rock and roll y al finalizar ya no nos quedaban oídos para escuchar la algarabía del tráfico y de la gente que aún aleteaba misteriosamente en aquellas horas inciertas de la noche. Tumbado en la cama todavía rugía en mi cabeza la fuerza, la clase y la magia que sólo los Sex Museum saben transmitir.

Julio Demonio