Con motivo de la fiesta de presentación del festival Turborock nos personábamos en la madrileña Sala Heineken. Como si de un sueño se tratase, mis ojos se volvían a encontrar de frente con una de las bandas que más sensación me han causado desde siempre, The Jayhawks, con aquella formación clásica que irrumpió con fuerza en el panorama independiente en los años noventa. Con esos dos grandes talentos llamados Gary Louris y Mark Olson tocando de nuevo juntos.

Y como si de un sueño se tratase fueron sucediéndose las canciones que conforman esa maravillosa dupla de discos que son, Hollywood Town Hall (1992) y Tomorrow The Green Grass (1995), más el aliciente de escuchar en directo los nuevos temas de su último trabajo, Mockingbird Time (2011), 8 años después de lo último que grabó la banda y 16 tras el abandono de Mark Olson, que vuelve a su grupo de toda la vida, junto a su acaramelada voz, incluso madurada y mejorada por los años.

El concierto no fue todo lo impactante que hubiésemos querido con un Olson algo gélido y algunos problemillas de sonido, que a mi entender, fueron a menos a medida que avanzó el bolo y pese a todo, no lograron empañar la actuación.

Los encargados de encender los focos fueron Smile. Los de Getxo demostraron una vez más que no es casualidad su continuidad en el mundo de la música y es que llevan desde 1996 reviviendo el sonido de la costa Oeste con gratos resultado. Un directo y unas canciones convincentes más la versión que se marcan del Oh La La de The Faces sorprendían a propios y extraños para dejar paso a los protagonistas de la noche.

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El concierto arranca con Wichita y la gente a mi alrededor parece algo inmune a la sensación pero mi felicidad es evidente y el respetable va entrando en sintonía a medida que van sonando esas irresistibles melodías, Real Light, Miss Williams Guitar, Two Angels, Two Hearts, Blue, Settled Down Like Rain, sólo por citar algunas…

El ritmo y la ejecución se hacen algo pausadas y el sonido no es precisamente brillante, pero esas canciones están hechas a prueba de bomba y la platea se viene abajo aplaudiendo en cada tema, lo que hace que la banda se guste cada vez más y nos acompañen durante 1 hora y 45 minutos en donde sus temas clásicos sonaron imperecederos y los nuevos retoños, como serios aspirantes al título.

La única pega que le pongo al set-list son las formas. Las canciones nuevas las tenían que haber tocado antes de las clásicas o mejor integradas en el repertorio y es que sonaron casi todas en la parte final del concierto y el in crescendo no pudo ser tan orgásmico como debía.

Aún así y con todo, un regalo para nuestros oídos y algo de alimento para el otro estómago. El que no se llena con comida.

Guille Fernández