“MIREPOIX AND SMOKE”, BEN WEAVER

Cuentan que se divorció y comenzó a trabajar en un restaurante de Minnesota. El cuidado de los hijos le empujó a apartarse de la vida en la carretera. Paseaba por el bosque con el perro, cuidaba el jardín y acariciaba la hierba alta junto al río. Imagino a ese tipo caminando con gorra de gasolinera por los alrededores del granero hasta llegar al porche de una casa de madera, acomodarse en la hamaca con una guitarra y comenzar a cantar bajo la oscuridad de una noche cálida y estrellada. Lo veo rasgando el banjo y contando una historia sobre alguien que pierde la vida en un cruce ferroviario al volver del trabajo mientras su amada lo espera sentada a la mesa abstraída en sus pensamientos y contemplando el fuego de la chimenea. Uno escucha el último disco de Ben Weaver y piensa en todo ese tipo de historias de la América profunda, esos ambientes oscuros y desoladores que la literatura, el cine y las canciones han alimentado hasta la saciedad.

Lo primero que llama la atención es su voz en esta colección de composiciones desnudas que acompaña a veces de un coro. Grass Doe, East Jefferson o Split Ends, entre otras, hacen de “Mirepoix and Smoke” (Bloodshot Records, 2010) un buen disco y aseguran una vez más la reputación de este cantautor nacido en el estado de Oregón que ha llegado a ser comparado con gente como Leonard Cohen  o Tom Waits. Con una garganta así, con esa textura áspera y aguardentosa, nos introduce en un imaginario con vida propia que, como el propio Weaver afirma, ha sido inspirado en lo que era más importante para su vida en ese momento, los animales, la cocina, los niños y un extraordinario entorno silvestre.

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Al fin me quito los auriculares y miro una calle de casas pequeñas que serpentea en cuesta entre una pila de bloques de pisos y varias naves abandonadas. Escucho ladridos y el ruido de una moto que golpea el silencio de las primeras horas del día. Me desperezo frente a la ventana e imagino el retrato de un granjero con botas de cowboy bailando en un rellano a la luz de la luna o conduciendo por una carretera secundaria que atraviesa un paisaje verde salpicado de árboles frutales. Las canciones del joven Weaver me trasladan a ese lugar inventado en el que la tierra abriga la existencia difícil de los hombres en las montañas y puedo verlo desde esta ciudad de provincias en la que me encuentro a miles de kilómetros de distancia cuando escucho su guitarra sonando una vez más en mis oídos.

Julio Demonio

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