“VIDA”, LAS MEMORIAS DE KEITH RICHARDS. EDITORIAL GLOBAL RHYTHM.

Con una malageña. Así llamó el arte a la puerta del aún mocoso Keith Richards (Londres 1944). De mano de su añorado abuelo Gus, descubre el sonido de la guitarra, el instrumento que le deja perplejo y que le dará fama universal no solamente como interprete y compositor sino como indiscutible icono de la creciente libertad nacida en la década de los sesenta.- “Mis padres, se criaron en la depresión, cuando, si tenías algo, un trabajo, lo guardabas y te aferrabas a ello con uñas y dientes. Yo no era así.”- Comenta.

No cabe duda que la lectura de esta autobiografía, redactada por James Fox (Washington 1945) en quinientas sabrosas páginas esta estrechamente ligada al morbo y la curiosidad que cualquier aficionado a la música (y en este caso, al rock & roll) tiene por desentrañar las decenas de leyendas urbanas a las que pone nombre este individuo que según lo confesado bien podría tacharse de sobrehumano. –“Desde pequeño, mi padre me dejó claro que el cuerpo está ahí para funcionar, sin mas”- afirma sin titubeos refiriéndose a su capacidad tanto para aguantar dolores físicos como, por supuesto, los rigores de el abuso indiscriminado de estupefacientes en su década mas yonki (aprox 1968-1978), eso si, dejando perfectamente claro que el milagro de su supervivencia fue, además de la suerte, el uso durante sus años de drogadicción un material de altísima calidad y en las proporciones exactas. Nada de trapicheo callejero (salvo contadas excepciones), y por supuesto (y lo deja bien claro), nada de transfusiones en Suiza, siendo sus favoritos: El “speedball” (mezcla de heroína y cocaína) y cocaína farmacéutica Merck con su correspondiente precinto…¿Quién las necesita?

Huyendo siempre de cualquier resquicio de nostalgia, Richards remacha orgulloso que sus primeras incursiones serias con la música estuvieron marcados por el “Heartbreak Hotel” de Elvis y sobre y por encima de todo el blues de Chicago (J.Reed, M. Waters.), que estudiaba meticulosamente encerrado en su piso con Brian Jones. A pesar de la gran complicidad entre ambos en los primeros tiempos de los Stones, sobre él recaen, con diferencia, las peores críticas del libro.

Obligadas las menciones a cuando desvela como “se atrevieron” a componer por primera vez, resultando cierta la teoría que afirmaba que forzados por su manager Andrew Loog Oldham fue encerrado con llave junto a Mick Jagger en una cocina con la prohibición de salir hasta que no compusieran su primer tema propio. Este fue “As tears go by”, éxito popularizado por la, por aquel entonces novia de Mick, Marianne Faithfull. También es jugoso el capítulo en el que se habla del largo triángulo de amor bizarro que  protagonizaron Brian y Keith con la exótica femme fatale Anita Pallenberg, que desembocó en la huida de los dos últimos entre ¡naranjos valencianos!, camino de Africa en su Bentley con bandera del vaticano. Mientras, según Keith, el hipocondríaco de Jones permanecía en un hospital francés, sin hacer muchas mas referencias a las ya consabidas respecto a su muerte poco tiempo después.

Muy jugosas las a veces cómicas, a veces trágicas referencias a verdaderos amigos de Keith en aquellos tiempos, como John Lennon de ácido o muy borracho en la vertiente humorística (anécdotas tronchantes) y verdaderamente triste en el caso del últimamente muy reivindicado Gram Parsons, cuya muerte por sobredosis al poco de concluir la grabación del “Exile On Main Street” afectó en sobremanera a nuestro protagonista.

También impagable la lectura de las peripecias acaecidas en sus míticas giras americanas de los primeros 70. Primero: Marlon, de diez años, y primer hijo de Keith y Anita Pallenberg, de gira constante como privilegiado asistente de su padre entre groupies y camellos cual Orzowei cosmopolita. Segundo: Toda la verdad acerca de la ligerita primera dama Canadiense con la cual -Según Keith- no tuvo nada que ver pero se comió el marrón. Y tercero: La historia de la descarriada Anita (por entonces, aun casada con Keith) en Londres, tramando su venganza contra él en forma de cornamenta con adolescente temerario al cual le salió el tiro por la culata (prácticamente literal) que se salda con la muerte del infeliz. Con todo ello Richards se regociza esputando con un muy particular sarcasmo –“Al fin y al cabo a todos les gustaría llevar mi vida, ¿no?“-

En los capítulos finales merece la pena resaltar tanto episodios que marcaron progresivamente su salida de un turbio mundo de peleas y navajas que empezó a colorearse de la mano de Patti Hansen (su inseparable compañera desde 1979), su amor por Jamaica y sus rastafaris, los comentarios sobre la creciente estupidez de Mick Jagger en los ochenta (no tienen desperdicio), o en la coda final, toda la verdad sobre la surrealista escena que le llevó a los tabloides de medio mundo por, en este libro la absolutamente bien justificada esnifada de una pequeña parte de su progenitor.

Por supuesto, y no pudiendo ser de otro modo, todo el libro está impregnado de referencias a las grabaciones y a su pura y particular forma de entender el sonido y los ambientes bajo los cuales debería estar regida cualquier sesión, tanto en concierto como en estudio. Renegando a mas no poder de la tecnología actual (otra vuelta y media a Mick Jagger), rememorando uno por uno todos los discos de los Stones así como de su aventura con los magníficos X-Pensive Winos. Una mina hasta ahora no demasiado rastreada al menos desde el punto de vista personal del propio autor.

Quizá no es ni la mejor autobiografía musical ni la mas descarnada, la de Miles Davies, por Quincy Troupe (por poner un similar y antológico caso) le podría dar un buen repaso, aunque ni esta, ni ninguna de las que he tenido el placer de leer me ha explicado como hacer un buen puré con salchichas. Por supuesto, no es necesario coger cocos.

Miguel Ángel Ortiz

3 thoughts on ““VIDA”, LAS MEMORIAS DE KEITH RICHARDS. EDITORIAL GLOBAL RHYTHM.

  1. Corda says:

    Jejeje… buena reseña, Maik. Yo me lo estoy terminando ahora y el librejo no tiene desperdicio, al menos para ver cómo este hombre ha sobrevivido milagrosamente a tantas y tantas movidas (no sólo con las drogas). No hay nada más que ver la portada, parece que al ponerse a recordar acabó diciendo “madre del amor hermoso…” Me quedo con una frase del propio Keith hablando sobre sí mismo y la interpretación de su propio personaje: “La imagen es una sombra muy alargada que se sigue viendo incluso cuando ya se ha puesto el sol”. Pues la leyenda de Keith Richards quedará para la historia, pero sólo los que lean el libro podrán atisbar un poco cuánto de verdad hay en el mito.

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  2. Guiller says:

    Que grande, tíos!!!!! estoy deseando de hincarle el diente a esa autobiografia……….
    se me hace el culo PEPSI COLA con esta reseña

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