GIANT SAND – “BLURRY BLUE MOUNTAIN”

Vi una gasolinera pequeña con luces de neón en el escaparate cerca de unos aparcamientos vacíos. Crucé la carretera y fui hasta la esquina de una nave industrial con dos palmeras altas en los lados y con un cercado alrededor con la piedra blanca y desconchada. Hacía frío, no había nadie y la oscuridad de la noche me iba envolviendo despacio sin casi darme cuenta.

 Le pregunté a un tipo si sabía de un grupo de rock americano que iba a actuar ahora en ese lugar. Transportaba unas cajas de bebida en un carro. Asintió apenas sin mirarme. Le seguí en silencio y entramos de repente en un sitio que contrastaba sobremanera con la imagen fría e inhóspita que acababa de dejar fuera, la de los polígonos industriales en el extrarradio de las ciudades. Lo primero que me llamó la atención fue unas grandes alfombras y tapices indios cubriendo el suelo y las paredes. Había una hilera de farolillos rojos de cristal que caía desde el techo hasta las mesas que ocupaban la mayor parte del recinto. Sobre el escenario se daban los últimos retoques del sonido, también se ordenaba la barra y, después de unos minutos más, alguien me avisó de que había de pasar por taquilla si quería permanecer allí más tiempo. Me confirmaron igualmente que Howe Gelb había probado su guitarra y la voz, y que había desaparecido por una pequeña puerta tras el escenario camino de no se sabe dónde. Al resto de los músicos no los vi. La actuación comenzaría a las diez. “Puedes darte una vuelta y volver luego” me dijeron.

Esperé todo el rato dentro del coche escuchando el disco que los Giant Sand iban a presentar aquí esta noche: “Blurry Blue Mountain” (Fire Records, 2010). A la luz del salpicadero disfruté de los nuevos catorces cortes con los que el viejo Gelb nos había vuelto a seducir. La banda de Tucson mostraba otro buen repertorio de canciones grabadas en Dinamarca que combinaba la vieja americana, el folk y el country tradicional, un estilo que nos lleva otra vez al viento arenoso del desierto de Arizona y en el que la inspiración pasea entre las dunas a golpe de susurros de la mano de un Howe Gelb más intimista, relajado y quizás melancólico. Citar, por destacar algunas, la balada cantada junto a Lonna Kelley que se llama “Lucky Star Love”, “Fields of Green”, la poderosa “Thin Line Man” o la hermosa “Love a Loser” con la que termina el disco.

Comenzaron los coches a llegar y el público ocupó la entrada de forma casi inesperada. Bajo aquella oscuridad apenas se distinguía el rostro de los que iban entrando ordenadamente por la puerta. Me uní a ellos cuando ya todas las sillas estaban ocupadas y el silencio fue inmediato mientras los músicos cogían sus instrumentos. De repente el cantante americano comenzó a pellizcar las cuerdas de su guitarra y el resto de la banda lo alcanzó para crear juntos el ambiente de caminos polvorientos y secundarios que sólo los Giant Sand son capaces de hacer. Hasta ese momento no había encontrado un sitio para ponerme a disfrutar del espectáculo. Demasiada gente que no paraba de hablar. Alguna que otra cara aburrida. Pero, bueno,  eso es ya otra historia.

 Julio Demonio

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