OH BEATRICE. LOS VIEJOS AMORES.

Resulta imposible escuchar el disco que tengo ahora entre mis manos – “Oh, Beatrice”- y que no entren ganas de enamorarte de nuevo de la chica que te dejó por alguien sensiblemente inferior. Supongo que es difícil ser Carlos Madrid.

Se trata de un disco compuesto por 17 canciones, o mejor dicho, 17 pedazos de un plan que salió distinto a lo esperado. Una buena idea mal desarrollada que, por contra, ha devenido en una colección de minutos musicales a la altura de muy pocos compositores de este país. Me pregunto qué habrá sentido la tal Beatrice al escuchar el disco, si es que lo ha hecho, o si es que acaso sabe que existe. Quizás no lo sepamos nunca, aunque lo que sí sabemos todos es que sólo hay algo que duele más a una mujer que ser ignorada por alguien al que ama, y es ser olvidada por alguien que la amó con todas las fuerzas del mundo.

La línea del disco es deliciosamente triste y posiblemente sólo sea entendido por alguien que haya perdido una mujer, una casa o un billete de lotería premiado. Como yo estoy en uno de esos casos, y encima tengo oídos, no me queda más remedio que volver a escuchar temas como Tatuaje, Pequeño Etcétera, Septiembre o Las Tiendas en Nápoles 6 o 7 veces al día. No es que quiera escucharlas. Es simplemente que no puedo dejar de hacerlo.

Y escuchando Los trámites me encuentro en este momento, mientras escribo esta crónica bebiendo una copa de vino barato y en la tele dan un partido de fútbol, al que he bajado el volumen. Y ahora que veo perder el balón de manera absurda a un jugador, mantengo que los malos futbolistas son aquellos que al llegar a casa, no pueden dormir porque piensan en aquellas jugadas del partido que hubieran hecho de otro modo. Los buenos, sin embargo, son aquellos que piensan esas jugadas durante el partido. Así, no tienen después que arrepentirse. Por cierto, no conozco una sola mujer que juegue bien al fútbol. Beatrice tampoco.

Son los viejos buenos amores. Aquellos que nunca consiguen ser aplastados por los nuevos acontecimientos. Apostaría todo lo que tengo, que no es mucho, a que estas Navidades, de todos los mensajes de felicitación que no recibirá Beatrice, el de Carlos Madrid será el que más eche de menos.

Ella pasará, seguro, estas vacaciones en algún lugar bonito de los que tanto le gustan. Él sin embargo, no se moverá, porque cuando la conoció, por amor se movió. Y ahora, precisamente, por perder ese amor ha dejado de moverse. Porque el lugar más bonito que ha visitado es precisamente ella. Porque ya no tiene sentido ir a otro sitio. Porque el disco así lo cuenta.

El álbum de fotos de la nieve se ha cerrado para siempre aunque la chica que aparece en la foto colgada en la habitación del autor, siga mirándole a los ojos, al menos una vez al día, todos los días del año, sin decir nada, tan quieta desde allí. Él, sin embargo, no hace más que vigilarle los labios. Si el corazón propio hubiera sabido que tenía el pulso perdido con la vida ajena desde el principio, incluso antes de verse las caras, nunca hubiera existido este disco. Ni esta crítica. Lo que quiero decir es que es difícil ser Carlos Madrid.

P. A.

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