RICHARD HAWLEY, EL CABALLERO OSCURO

Richard Hawley no existe. Es un estado de ánimo. Es alegría y tristeza. Y es, sobretodo, recuperar las ganas de volver a reciclar, años después de tomar la decisión de dejar de hacerlo al ver a quién no debías con quién no debías y pensar que ya no merecía la pena prolongar más la vida del planeta.

El concierto del pasado 25 de Octubre en Cartagena empezó apenas un cuarto de hora después del horario previsto. Los muchachos, capitaneados por el space cowboy, hicieron acto de presencia en el escenario con ganas de armar un buen escándalo. Y vaya si lo hicieron. En apenas poco más de una hora, se sucedieron, una tras otra, canciones que el británico extendía en su parte instrumental hasta que el entregado público quedaba sumergido en su propio océano de aplausos. Y eso que los pronósticos apuntaban que sólo caerían rendidos en su universo aquéllos que como él, habían sufrido un golpe de calor al ver por primera vez a una persona.

El exPulp inició su espectáculo con el tema que da título a su último álbum, “Standing at the sky’s edge”, una composición rotunda que dio paso, casi sin avisar, a la joya del disco, “Don’t stare at the sun”, un medio tiempo sencillamente precioso. Y después, el huracán. Temas viejos tocados con un gusto exquisito, como “Hotel Room”, la aplaudida “Tonight the streets are ours, la elegante “Open up your door” o “Remorse Code”, que sonó mucho más contundente, si cabe, que en el disco. Para entonces, ya nos habíamos dado cuenta que la banda era sencillamente insuperable. La base rítmica, compuesta por el batería (el cual tocó con todo tipo de baquetas, incluídas sus propias manos) y el bajista (el cual, sin arriesgar demasiado, creaba con su sonido tan grave, atmósferas de otra época) eran, prácticamente, sólo una persona. El teclista, muy tímido en el fondo del escenario, introdujo sonidos tan variados, que parecía que hubiera una orquesta en él. Y cómo no, el guitarrista. Un auténtico mago con su instrumento. Un servidor, que presume de haber visto muchos conciertos en su vida, también presume de no haber visto nunca un arreglista así.

Luego estaba él. Richard. El Johny Cash del siglo XXI. Un músico sencillamente genial. Una voz mágica. Un compositor sobresaliente. Un guitarrista sublime. Y un letrista que en su día se sintió red de un partido de tenis, en el que a un lado estaba la persona que él amaba, y al otro lado, la persona que ésta amaba. Y él, testigo inoportuno de las miradas de ambos, en el medio.

El rockabilly manejaba los tiempos de las canciones a su antojo, mandando parar o extender los temas con un gesto con la mano al resto de la banda. Cómo hacían los músicos de los años 50. Y para cuando todos los presentes teníamos la piel de gallina, los caballeros decidieron dar el concierto por terminado. O casi, pues dejaron para el bis el tema más emblemático del británico, “The Ocean“. Más de diez minutos de éxtasis musical, con un final apoteósico que puso en pie a todo el público.

Y tras ella, esta vez sí, las luces se encendieron y los músicos se retiraron, conscientes de que habían dado por cerrado, posiblemente, el concierto más espectacular que se recuerda en la ciudad. En el tintero quedaron auténticos himnos del crooner sin tocar, como “Love of my life”, “Don’t you cry” o “Something is…!”, pero después del éxtasis musical que acabábamos de presenciar, poco importaba ya.

El inglés abandona la ciudad. Su próxima parada, Barcelona. Su agotadora gira que le ha llevado recientemente por varias localidades de Alemania llega a su fin. La vida vuelve a la normalidad, aunque por lo que dicen – y por lo visto esta noche es cierto-, la hierba deja de crecer en las ciudades donde toca el caballero oscuro.

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P.A.

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