LOS MISERABLES – EL MUSICAL

Dudo mucho que quede alguien por estos lares que no sepa todavía a qué se refiere el título de la presente pero, si es así, permitidme que, antes de hablar de la película, os ponga humildemente en antecedentes en cuanto al musical del que proviene.

Los Miserables es un musical basado en la novela homónima de Victor Hugo, que ya fue un fenómeno de por sí en el momento de su publicación y que narra una historia de redención y amor enmarcada en el París de la Revolución Francesa (concretamente culmina en la llamada “rebelión de junio” de 1830). La música fue compuesta por Claude-Michel Schönberg y la letra original en francés fue escrita por Alain Boubil (y Jean Marc Natel; el libreto inglés corrió a cargo de Herbert Kretzmer). Se estrenó en 1985 en una producción de Cameron Mackintosh y dirigida por Trevor Nunn convirtiéndose en un fenómeno de masas y en uno de los musicales más exitosos de todos los tiempos. Son apabullantes las cifras conseguidas por esta obra que desde su estreno no ha dejado de representarse en todo el mundo, siendo una de las tres más longevas de todos los tiempos en Broadway y en el West End. Aquí en España se estrenó en 1992 y fue un éxito clamoroso que impulsó el género del musical en nuestro país. Desde entonces no se había vuelto a escuchar la imponente música de Schönberg por nuestras tierras hasta que se volvió a estrenar en Madrid en 2010 con motivo de la celebración del 25º aniversario de su estreno.

Era un hecho histórico: los Miserables volvían a Madrid por todo lo alto, con una nueva producción que aprovechaba los recientes avances técnicos y una interpretación bastante buena de los actores. La puesta en escena en el teatro Lope de Vega fue espectacular, los escenarios cambiaban a la velocidad del rayo, el poder de la orquesta que subrayaba las voces de los cantantes era magnífico… pero hubo algo que, para el que suscribe, desmereció bastante el tremendo tour de force que se vivía sobre el escenario: por fin podíamos asistir a una representación de Los Miserables en nuestro país, sí, pero, ¡horror!, ¡habían cambiado todas las letras! Y no estoy hablando de algunos cambios puntuales ¡habían cambiado el libreto entero! Hay quien se rasgó las vestiduras, hay quien hizo de su capa un sallo; el caso es que la sensación, para algunos fue un tanto frustrante. Y es que existía una grabación del anterior montaje (el de 1992) circulando por ahí y muchos ya se sabían de carrerilla la letra de todos los temas clásicos. Imaginaos la decepción.

Es como el que asiste a un concierto de su cantante favorito y éste le cambia todas las letras de todas las canciones: no se puede cantar ningún tema, todo parece raro y descolocado… (Bob Dylan, hijo mío, toma nota). Se argumentó en su día que, en el libreto original, algunos acentos no coincidían con el acento musical (por ejemplo el número de Jean Valjean, “24601”, que no cuadraba, lo cambiaron por “23623”, cambiando un número icónico sólo para ajustar la métrica). Al intentar apañar el asunto, creo que se excedieron porque se podría haber mantenido el grueso de lo que sí era correcto en el libreto anterior sin desvirtuar el sentido de la letra original y conservando los versos ya conocidos por todos. No tiene sentido alguno, por ejemplo, cambiar una de las partes claves, cuando cantan “Un día más” (“One day more” in english), por “Sale el sol”.

Espero que esto viniera derivado de alguna historia con los derechos de la lírica o cosas así, porque si no… Bueno, es el único “pero” que voy a ponerle al esfuerzo titánico que supuso producir e interpretar esta obra faraónica. Salimos todos muy contentos de la función (alguno sé que repitió) y nos compramos el disco de rigor, el cual, como la grabación tiene bastante más calidad, nos puso en el dilema de tener que olvidar la anterior letra o guardar el nuevo disco recién comprado y no escucharlo. Yo aún sigo en el dilema.

Ahora sí: LOS MISERABLES, EL MUSICAL.

Poco esperaba Tom Hooper (director de la sobrevalorada “El Discurso del Rey”) encontrarse con semejante regalos de Reyes. Y es que tener entre las manos una partitura perfecta como esta, con un reparto de primer orden y dinero a espuertas para hacer lo que se te antoje, no ocurre todos los días. Pues bien, Tom Hooper se descubre como un director arrítmico rodando una obra musical (qué paradoja). El pobre Tom no alcanza a mantener ni el ritmo musical ni tampoco el narrativo de una obra que le sobrepasa en todos los sentidos. Saltos de tiempo incomprensibles se suceden en la película. Elipses que no tienen sentido en un film, nada más que por las exigencias de metraje impuestas por la productora, restan coherencia a la trama. Que cambien en un segundo de decorado se entiende en el teatro, en un musical, pero no en el cine; en el cine hay más tiempo para contar las cosas. Por eso introduce el director partes habladas entre las canciones, partes habladas que también se las han cargado aquí en España, como siempre ¿Qué necesidad hay de doblar unos diálogos escasísimos cuando toda la película lleva subtítulos? Por Dios ¿tanto miedo hay a la versión original subtitulada (VOS para los amigos) es este país? ¡Si no hablarán más de 15 minutos en la película! ¡Pues, venga! ¡A doblarlo! Tom Hooper, director que busca su originalidad a base de torcer la cámara, marea al público con unos encuadres que no dejan ver lo que está pasando, que desaprovechan la escenografía y se excede en la búsqueda de los primeros planos buscando la lagrimilla del intérprete.

Y ahora voy a hablar de los intérpretes. Hugh Jackman: (qué puedo decir de este hombre) inconmensurable en su papel, reivindica a Jean Valjean como uno de los grandes papeles dramáticos que cualquier actor debe aspirar a interpretar; una actuación memorable (que le den el oscar, por dios) y una voz muy digna para ser un actor hollywoodiense (también ha hecho sus pinitos en Broadway y eso se nota) Enorme. Anne Hathaway: dejará boquiabierto a más de uno con su visceral interpretación de Fantine (y a esta sí que le darán el oscar, porque llora más); impresionante esta mujer que nos brinda un primer plano que quedará en la historia del cine, cantando un desgarrado “I Dreamed a Dream”. Fantástica. Aaron Tveit: borda su papel de Enjolras, aunque le dejan pocos planos (recuerdo que me sorprendió gratamente Daniel Diges en este papel en su representación en Madrid). Correcto.

Los demás actores, a excepción de los niños y la actriz que interpreta a Eponine, no están tan acertados. Russell Crowe: no quisiera insultar a un hombre que respeto bastante (sobre todo por ser el protagonista de “Master & Commander”), pero le viene grandísimo el papel de Javert; no sólo no tiene suficiente voz, sino que no da el perfil de antagonista ni atina siquiera a hacernos percibir la lucha interior que vive el personaje al final de la obra. Amanda Seyfried y Eddie Redmayne: interpretan a unos Cossette y Marius bastante pusilánimes, aunque Eddie lo salva con su interpretación de “Sillas y mesas vacías”, donde destapa un potencial que habría sido bien aprovechado por cualquier otro director. Sacha Baron Cohen y Elena Bonham Carter, interpretan a los mesoneros Thénardier lo mejor que pueden, pero pueden poco; desacertados en el canto y en la interpretación, se limitan a reptar por la película dilapidando el carisma que tenían los personajes originales; no alcanzan el nivel de decadencia exigido para interpretar a los Thénardier, y menos la Bonham Carter, demasiado pija y estirada para dar el perfil (y de la voz, mejor no hablar). Nefastos.

Para concluir, quisiera subrayar el loable intento de rodar a los actores cantando en directo; aunque, considerando que esta técnica prima la interpretación y desmerece un tanto el canto, creo que esto, en un musical, puede llegar a ser bastante peligroso. Porque no olvidemos que esto es un musical y la música es lo importante, ya que se ha adaptado la obra en formato película (e incluso serie) en otras ocasiones con mayor o menor fortuna. Aún así la película funciona bastante bien en su conjunto y gustará a los desconocedores de la obra original. No estamos hablando tampoco de un mal film; seguramente emocionará a la mayor parte del público, pero dejará un cierto sabor agridulce en los paladares más exigentes.

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Arturo Córdoba Aguirre

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