LOS ESCLAVOS – EL GRAN APAGÓN

Después de unas horas de viaje dejamos el coche en un improvisado aparcamiento al borde de la carretera y nos acercamos caminando. Aún recuerdo el murmullo de los manantiales cristalinos que atravesaban las plazas y las parcelas del extrarradio. Había agua por todas partes y el sol bañaba la cal blanca de las tapias y de las paredes de los callejones de Arbuniel. Veíamos a los lugareños adornando con farolillos la explanada que unía el aparcamiento municipal con una caseta de hormigón que tenía la cubierta revestida de óxido y los muros agrietados.

Esa noche tocaban Los Esclavos con motivo de la semana cultural. Los asistentes comenzaron a ocupar la barra metálica de bar que había delante del escenario. Una hilera de bombillas desnudas y de colores iluminaba los expositores con vinos de la tierra que se mezclaban con el olor del pescado frito y los pinchos sobre el asador. La noche estaba brillante y llegaba el alboroto de los altavoces de un tiovivo próximo, lo cual conformaba un entorno que resultaba cuanto menos muy cercano.

Los Esclavos presentaban en directo su nuevo álbum “El Gran Apagón” (2011), un trabajo completo y decisivo, compuesto por catorce temas en los que hallamos hermosas melodías marca de la casa, medios tiempos que enganchan ya desde un principio, powerpop, como es el ya clásico corte “Brigitte Bardot” que la banda ha vuelto a recuperar de su primer disco y, en definitiva, un paquete de buen rock and roll. Por citar algunas: “El día que estuvimos por ahí”, con esos vientos tan chulos, “Me muero”, “Ella no lo sabe” o “Yoko y Yo” y ese estribillo que emociona tanto, son un alegato innegable del buen hacer de este grupo granadino que ha vuelto a  escalar otro peldaño más en su expectante trayectoria. Migue Pérez, cantante y bajista, escribe buenas canciones que hablan de lo que uno ya sabe, de que todo vuelve a su sitio tras la tormenta, pero qué bien suenan además cuando estos textos descansan sobre unas armonías que solamente ellos saben ofrecer. Ismael Delgado y Fabián Seoane, con las guitarras, Óscar Gómez en la batería y Ana Gutiérrez en el teclado nos deleitaron en aquella velada mágica con un directo muy trabajado.

Después del concierto, de regreso al hotel, nos sorprendió la gran bóveda celeste sobre nuestras cabezas y durante unos minutos caminamos por el margen de una carretera a oscuras. Las estrellas centelleaban a uno y otro lado del firmamento mientras en mis oídos aún escuchaba a Migue cantando: “Cruzamos las galaxias. Robé una nube en Orión, para ti”.

 

Julio Demonio

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